Melánica I

Dar el tex­to es haber atra­ve­sa­do el abis­mo, haber­lo con­den­sa­do más bien. Ter­mi­na­do el tex­to sien­to una gran for­ta­le­za. No sé si el con­tem­plar trá­gi­co y no sucum­bir en él me de fuer­za, o si haber­me sos­te­ni­do para arar un tre­cho de esca­lo­frío es lo que me da la exci­ta­ción casi fre­né­ti­ca. La adre­na­li­na de sobre­vi­vir aca­so, ver más… La amar­gu­ra ‑en un sen­ti­do amplio- tie­ne su gus­to: como el café o el vino. Son gus­tos adqui­ri­dos, podrían decir. ¿Pero si se die­ron como un bro­te pun­tual como el de la esqui­zo­fre­nia o el cán­cer? Hay quie­nes desea­ban con­tem­plar el ros­tro de Dios. Me los ima­gino son­rien­do. Más bien, escri­bir eso me hace son­reír. La leta­nía no es sólo su músi­ca sino su secreto.

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