El miedo es todos los dolores, o el más celoso

Un poco ansio­so, sabien­do de lo que se tra­ta­ba me sen­té en el sue­lo para bus­car foto­gra­fías para digi­ta­li­zar. Via­jar en lo retra­ta­do en las hojas de con­tac­to me lle­vó a vivir el dolor de las son­ri­sas plas­ma­das, el rece­lo real, el cora­je. Enton­ces pen­sé en la poe­sía y mi expre­sión vital. No hay inten­si­dad en lo que hago y entien­do la razón. Una suer­te de núcleo comien­za a mover­se des­de aden­tro, revo­lu­cio­nán­do­se y rugien­do sin que due­la más que en los ojos, pero hace rui­do y ten­go que que­jar­me en voz alta, mal­di­go momen­tos y per­so­nas y sobre todo pre­sen­tes. Ten­go fra­ses en la len­gua y no pue­do sol­tar­las, sería como dejar las vís­ce­ras sobre una pie­dra sucia, lle­na de pol­vo y sol. Pero los intes­ti­nos y los órga­nos ape­nas los pue­do dete­ner con las manos, se están salien­do como si me hubie­sen cor­na­do el abdo­men. Y enton­ces el cuer­po ansía, comien­za a tem­blar pues no hay cómo con­te­ner quién sabe qué cosa que due­le y no se pue­de per­mi­tir que sal­ga. No sale y se tiem­bla más y más fuer­te, pare­ce ansie­dad, todo se vuel­ve errá­ti­co, incier­to, sin inte­rés. Mien­tras cre­ce una angus­tia por saber que la per­cep­ción cam­bia y los sen­ti­dos se rela­jan, como que­rer des­ma­yar­se pero dife­ren­te. Hay cosas que muer­den al tomar­las con las manos.

Y mi poe­sía ten­dría que ser dolor y todas mis cabe­zas, pero entre que no se pue­de y ya no se pue­de eva­dir más, cada vez escri­bo más y sin escri­bir no esca­po de ese hili­to que pal­pi­ta y es más yo que yo. No. Tam­bién. Sí, también.

El del ochen­ta y cin­co tal vez sólo remo­vió el tem­blor ori­gi­nal, la caí­da de todas las ciu­da­des, cuan­do en su pere­cer se lle­va­ron la espe­ran­za de un niño que ya sos­pe­cha­ba que no se podía con­fiar. Y mue­re, reza, tiem­bla, y uno no está. ‘No vino’, dicen al uní­sono tres o cua­tro niños. ¿Y dón­de se vuel­ve a enca­jar? No es posi­ble recu­pe­rar, sólo se enga­ña y los de afue­ra se dejan enga­ñar. ¿Por qué? ¿Es un códi­go que yo no cono­cía? ¿Y el otro códi­go, el que me entie­rra las uñas en el cos­ta­do cada vez que vio­lo el que no conoz­co? Due­lo. Due­le. ¿Due­le en ver­dad? No sé si due­le, el mie­do es más fuer­te que el dolor. El mie­do es todos los dolo­res, o el más celoso.

noviem­bre de 2005

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