Política

Y dale la burra al trigo

Las pala­bras iman­tan todas sus pro­pie­da­des cuan­do esta­mos dis­pues­tos emo­cio­nal­men­te: con­mo­vi­dos, indig­na­dos, con rabia o asco. Expo­ner­se a las retó­ri­cas ofi­cia­les (ver­da­des his­tó­ri­cas) nos ciñe al uni­ver­so cerra­do que han dise­ña­do los psi­có­pa­tas que nos gobier­nan: nos redu­ce a repe­tir el infun­dio inhu­mano en nega­ti­vo, en rever­sa, con el cora­zón atra­gan­ta­do. Fui recons­tru­yen­do el rego­deo sádi­co ofi­cial a par­tir de las reac­cio­nes de las per­so­nas en las que con­fío para infor­mar­me. La asfi­xia y la impo­ten­cia son algo meno­res al no expo­ner­se de fren­te a la toxi­ci­dad del necio profesional.

Y dale la burra al tri­go, diría mi abue­la. Dicen que se can­san pero no desis­ten. Insis­ten con poca gana y mucha vile­za. Quie­ren ter­mi­nar de can­sar a los har­tos, a los que no desisten.

burra al trigo

Militar, tu madre también te buscaría

Una de las gran­des luchas se está dan­do en el terreno de lo sim­bó­li­co. Hay muchos reco­gien­do imá­ge­nes emble­má­ti­cas que retra­tan el cora­zón ado­lo­ri­do de los nues­tros, su trans­for­ma­ción hacia la fuer­za entre tan­to que­bran­to y adversidad.

Madre junto a militares. Foto: Félix Márquez (@felyxmarquez)
Madre jun­to a mili­ta­res en una pro­tes­ta en un cuar­tel de Igua­la, Gue­rre­ro. Foto: Félix Már­quez (@felyxmarquez)

Relevo azul y oro

Mi padre solía lle­var­nos a mi her­mano y a mí al esta­dio de CU cuan­do era­mos niños. Nun­ca sen­tí un ape­go par­ti­cu­lar por los Pumas y pasó mucho tiem­po antes de que lle­ga­ra a estu­diar en la Uni­ver­si­dad, pero ir al esta­dio era una aven­tu­ra ínti­ma entre los tres, com­par­tir el len­gua­je y ritual mera­men­te fut­bo­le­ro. Recuer­do de esos días sobre todo los gola­zos de Luis Gar­cía, a Jor­ge Cam­pos y las inge­nio­sas fra­ses de la porra de los Pumas que intem­pes­ti­va­men­te rom­pían el bulli­cio del esta­dio lue­go de un silen­cio que aspi­ra­ba cual­quier otro ruido. …

Los 43, la piedra que fractura la burbuja

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Foto: Omar Vera

Una bue­na ami­ga pre­gun­tó: “¿Sólo impor­tan los estu­dian­tes muer­tos? ¿Y los indí­ge­nas muer­tos, las muje­res muer­tas, los niños des­apa­re­ci­dos y muer­tos tam­bién?” Pen­san­do en ello ima­gi­né lo siguiente:

Ima­gino a la pobla­ción luchan­do a la deri­va en medio de un inmen­so y furio­so río. Ese río es la coti­dia­na e inabar­ca­ble mise­ria, el aban­dono, la ena­je­na­ción, el día a día, el atro­pe­llo y el ase­si­na­to. Es tan gran­de y tan per­ma­nen­te su pre­sen­cia que no hay de dón­de asir­se para res­pi­rar un momen­to, para hacer algo dis­tin­to de lo que se hace todos los días. El secues­tro y pro­ba­ble ase­si­na­to de los estu­dian­tes es algo que sobre­sa­le de ese torren­te, una pie­dra don­de los que aún tie­nen fuer­za pue­den asir­se y aga­rrar a otros. Mucha gen­te no tenía idea (y no que­ría tener idea) de los miles de vidas des­truí­das y fami­lias rotas en este país. Los 43 es la pie­dra que ha frac­tu­ra­do la ilu­so­ria y mez­qui­na bur­bu­ja que muchos tenían como reali­dad. Dar­le ros­tro a cada víc­ti­ma, dar­le voz a cada madre y padre que llo­ra a sus hijos y her­ma­nos arre­ba­ta­dos, ima­gi­nar el cuer­pe­ci­to cal­ci­na­do de alguien que sólo fue a la guar­de­ría… sólo así se va per­ci­bien­do el hedor de nues­tros cre­ma­to­rios y fosas, sólo así el dolor ajeno se va per­ci­bien­do como pro­pio y nos mue­ve a hacer algo dis­tin­to, con otros, por otros.