mentira

Merolicovid-19

Ayer un fami­liar citó a Jai­me Maus­sán como fuen­te de infor­ma­ción sobre el com­por­ta­mien­to y razo­nes de la pan­de­mia. Más tar­de, una ami­ga publi­có un video sobre el plan ocul­to de los Esta­dos Uni­dos en ese res­pec­to. Hay muchas cosas que nos pare­cen sos­pe­cho­sas, que no cua­dran y que no enten­de­mos. Pero tam­bién suce­de que sabe­mos muy poco sobre muy pocos luga­res y de muy pocas dis­ci­pli­nas. Cuan­do una expli­ca­ción o teo­ría abar­ca todo, lo com­pren­de todo y es tan lineal e impermea­ble me deja de pare­cer seria. Pare­ce que es par­te de nues­tra escen­cia que­rer enten­der en medio del caos y del mie­do. Al mis­mo tiem­po, que­re­mos tran­qui­li­zar­nos y que alguien nos acla­re lo que está ocu­rrien­do. Lamen­ta­ble­men­te la reali­dad siem­pre se mues­tra mucho más com­ple­ja, cam­bian­te e inabar­ca­ble. Lo comen­ta­ba hace rato con un ami­go y hace un momen­to con mi pare­ja: las con­je­tu­ras y elu­cu­bra­cio­nes inaca­ba­das son úti­les, pero siem­pre y cuan­do se ten­ga cui­da­do la mane­ra en la que se expre­san: con rigor, leal­tad y honestidad.

Una imagen con encabezado vale más que diez mil palabras

Dicen que una ima­gen vale más que mil pala­bras. Lo que no anti­ci­pó el publi­cis­ta que acu­ñó la fra­se es que una ima­gen acom­pa­ña­da de un pie que te diga qué estás vien­do, casi nun­ca será cues­tio­na­do. No con­si­de­ro que toda la cul­pa sea de nues­tro anal­fa­be­tis­mo infor­ma­cio­nal. Creo que inter­vie­ne un ras­go del kit de super­vi­ven­cia colec­ti­va huma­na: reac­cio­na­mos e imi­ta­mos las accio­nes que vemos. ¿Han vis­to los supues­tos ‘expe­ri­men­tos socia­les’ don­de se esce­ni­fi­ca el secues­tro de una actriz o se come­te algu­na injus­ti­cia con­tra algún actor? La soli­da­ri­dad o indi­fe­ren­cia de quie­nes son tes­ti­gos del expe­ri­men­to va a depen­der de las pri­me­ras reac­cio­nes que ellos per­ci­ban. Ese com­por­ta­mien­to colec­ti­vo lo trae­mos muy arrai­ga­do y pare­ce que nun­ca deja­mos de actuar como entes tri­ba­les. Ante una emer­gen­cia, el gru­po tie­ne que deci­dir ins­tan­tá­nea­men­te: ‘¿nos la juga­mos o corre­mos?’ Pare­ce que ese mis­mo meca­nis­mo se acti­va cuan­do nos pre­sen­tan un video o una ima­gen jun­to con una expli­ca­ción (cer­te­ra, ama­ña­da o fal­sa) de lo que esta­mos vien­do. Empa­ta­mos lo que dice la expli­ca­ción con la ima­gen, por la urgen­cia ances­tral comen­ta­da. Lo gra­ve es que hay mucha gen­te que tie­ne cla­ro este pro­ce­so y se está apro­ve­chan­do de ello.

Reiteración violenta de la palabra violencia

En la tele­vi­sión y las colum­nas de opi­nión se vie­ne repi­tien­do con insis­ten­cia la pala­bra vio­len­cia. Con auto­ri­dad exigua se seña­la por igual a estu­dian­tes, twit­te­ros, incon­for­mes y a otros perio­dis­tas como vio­len­tos o inci­ta­do­res del odio: pre­cur­so­res de más vio­len­cia. Se les desig­na de esa mane­ra como si un gri­to, una movi­li­za­ción o una men­ta­da de madre fue­sen en sí mis­mos una afren­ta físi­ca o pusie­ra en ries­go la inte­gri­dad del que es dia­na de estas expre­sio­nes. Nada dicen de la frus­tra­ción del que gri­ta, del que ha sido des­po­ja­do de recur­so y opor­tu­ni­dad de resis­tir y hacer­se escu­char en con­di­cio­nes equi­ta­ti­vas. El har­taz­go no es un acto espon­tá­neo, tie­ne raíz y ros­tro, se pue­de ras­trear y narrar: es una cade­na de agra­vios, de insul­tos y des­po­jos. Men­tir y defor­mar estas narra­cio­nes es anu­lar a cada uno de los pro­ta­go­nis­tas que las han hil­va­na­do. Es por ello que la masa en car­ne viva se soli­da­ri­za hori­zon­tal­men­te, ensa­ya la con­quis­ta de su voz des­de el gri­to des­nu­do que arde, que dig­ni­fi­ca. Los medios y los man­dos apos­ta­ron por la divi­sión, expro­piar del hom­bre su capa­ci­dad para reco­no­cer­se, her­ma­nar­se y resis­tir. Pero de su dis­pen­dio inmo­ral no ha cre­ci­do más vio­len­cia, ger­mi­nó ciu­da­da­nía que sigue resis­tien­do mien­tras se pro­pa­ga, se incon­for­ma y detie­ne la iner­cia que se la había impues­to. De ahí la reac­ción vio­len­ta y des­me­di­da de lla­mar vio­len­to a quien aban­do­na la pos­tu­ra plá­ci­da de asi­mi­lar la derrota.

Foto: Celes­te RC