Asombros

Admi­ra­cio­nes y secue­las por el arte ajeno.

Juego tradicional

La enti­dad sepa­ra­tis­ta cono­ci­da como incons­cien­te, tie­ne con­mi­go un jue­go ya tra­di­cio­nal. Pone en mi cabe­za una can­ción sub­ra­yan­do con énfa­sis repe­ti­ti­vo algún pasa­je en par­ti­cu­lar. Esta maña­na des­per­té con “We’­re the same height. The same eyes. But you can’t borrow my clothes all the time” (Somos de la mis­ma esta­tu­ra. Tene­mos los mis­mos ojos. Pero no pue­des usar mi ropa todo el tiem­po). Per­te­ne­ce a una can­ción de Emi­lia­na Torri­ni. Rela­cio­né la epi­fa­nía con el que la épo­ca en que apa­re­ció esta can­ción inau­gu­ra­ba una sed de nue­va músi­ca des­pués de una recien­te sepa­ra­ción muy dolo­ro­sa (de una pare­ja en par­ti­cu­lar aun­que el haber­me escin­di­do de mí no era tan recien­te). Tam­bién la rela­cio­né con una pare­ja a la que pos­te­rior­men­te le com­par­tí el mis­mo extrac­to de can­ción. Pero el jue­go de mi incons­cien­te tie­ne otra carac­te­rís­ti­ca: por sadis­mo o mise­ri­cor­dia me mues­tra sólo la pun­ti­ta de lo que que­ría decir­me al poner en mi cabe­za esa can­ción. Para seguir­le el jue­go voy y bus­co el refe­ren­te com­ple­to. Es cuan­do aca­bo per­ci­bien­do la mag­ni­tud del men­sa­je de mi inconsciente. …

Cantor que canta es pájaro

La fra­se abrió algo, muy pro­fun­do y ocul­to. Todo se des­bor­dó. Era un llan­to puro, flui­do, de sollo­zos acom­pa­sa­dos. Mer­ce­des Sosa, la gui­ta­rra, la voz den­tro enme­dio de quién sabe dón­de pero jalan­do más llan­to mas nun­ca de rodi­llas. Incon­te­ni­ble e indes­ci­fra­ble, más gran­de que cual­quier heri­da o melan­co­lía recu­rren­te, dis­tin­ta, poé­ti­ca, de vida. Nun­ca antes, nun­ca así.

Asombros íntimos

Hay per­so­nas que per­ci­ben dife­ren­te. Por algu­na razón desa­rro­lla­ron más un sen­ti­do, o man­tie­nen una comu­ni­ca­ción espe­cial con él. Podría­mos lla­mar­le espí­ri­tu sen­si­ble, per­mea­bi­li­dad al arte… en cual­quier caso es un víncu­lo for­tí­si­mo e ins­tan­tá­neo con aque­llo que obser­van, escu­chan o pal­pan. La mayor par­te de estos encuen­tros se que­dan en el ámbi­to de lo pri­va­do. Asom­bros ínti­mos, incom­par­ti­bles, pere­ce­de­ros. Hay los afor­tu­na­dos que pue­den regis­trar esta habi­li­dad para per­ci­bir, y en eso que regis­tran se deja sen­tir algo de la hue­lla del encuen­tro ori­gi­nal. Obser­va­mos el regis­tro sin afir­mar una fron­te­ra entre los invo­lu­cra­dos, con­vir­tién­do­nos en una semi­lla más en la maraca. …