Pornografía verbal

Diti­ram­bos y que­jas de cua­derno. Regis­tro de llo­ri­queos y hallaz­gos personales.

uneasyness (desencajamiento)

A Mitzi quien des­cu­brió la pala­bra en espa­ñol para ese pas­mo ebu­llen­te y lacerante

Iba enme­dio de la noche espe­ran­do que baja­ra otro mila­gro. Alguien en mis audí­fo­nos tam­bién se decía per­di­do. Lost in dark­ness, wai­ting for a sign. Más no comul­ga­ba con su suer­te ins­tead the­re is only silen­ce pues mi rever­be­ra­ción ansio­sa me acom­pa­ña­ba. Can’t you hear my screams? Ser cóm­pli­ce de un siem­pre sí silen­cio, de alguien que tam­bién alza la vis­ta inten­tan­do alcan­zar algo, sacu­dir­se algo, esca­par de algo. Y se aprie­ta el paso para dar­le cau­ce a lo que te opri­me como teclas agu­das de piano. Can’t you hear my screams? Segu­ra­men­te sí. El mis­mo par­que me reve­la su cobi­jo y no me expe­le. Mi ala­ri­do es de aden­tro y ahí me abra­sa. El dolor com­bus­ti­ble, la espe­ran­za el aire que lo incen­dia. Never stop hoping.

Hay espejos

Hay espe­jos que reve­lan tal y como eres per­ci­bi­do: tus nece­si­da­des en el pecho. Las elu­des y las pien­sas tras­cen­di­das, supe­ra­das. La nece­si­dad del amor. Los cuen­tos de la com­ple­tud indi­vi­dual y la pan­to­mi­ma de la comu­ni­ca­ción. Son narra­ti­va, y como en tal, sus per­so­na­jes pade­cen veri­cue­tos que no alcan­zan a dimen­sio­nar: como el zig-zaguear al cami­nar. No es men­ti­ra o enga­ño, no sólo eso. Sino una inca­pa­ci­dad enter­ne­ce­do­ra para per­ci­bir­se y dar­se. What do you want? What do you do? Whe­re are you?

Anhe­lo cons­tan­te, visi­ble (afue­ra). Den­tro una dan­za que comien­za a ser bella, a base de fuer­za. El dan­zan­te poco a poco se deja ir y corre ries­gos. Pero el movi­mien­to se cie­rra. Y en el que vie­ne se pre­ci­sa el diti­ram­bo com­ple­to: el sal­to al des­ga­rro sór­di­do, deli­rio de uñas y dien­tes cor­tan­do el aire ya sin sue­lo Per­der la luz para encon­trar­se en la renun­cia al islo­te conquistado.

Resueño

Uno de los tex­tos que te leí en el café habla­ba sobre esa zona que ya no es sue­ño pero tam­po­co es vigi­lia. Qui­zás por eso, muchos even­tos que suce­den en lo que sin­té­ti­ca­men­te lla­ma­mos duer­me­ve­la no lle­gan al tex­to. Que­ría com­par­tir­te que es por eso y no por par­que­dad que no te había dicho que muchas son­ri­sas y pen­sa­mien­tos al des­per­tar fue­ron moti­va­dos y pro­ta­go­ni­za­dos por ti. Ahí uno, toda­vía indis­pues­to para estar des­pier­to reme­mo­ra sue­ños reso­ñán­do­los, reson­rién­do­los y reto­cán­do­los. (Por­que vaya que uno se toca en la madru­ga­da per­so­nal). Es qui­zás la hora don­de uno más se con­den­sa y ejer­ce ‑con toda fluidez‑, cuan­do se es más sue­ño, más cuer­po, y ambos. Qui­zás de ese momen­to par­te nues­tra obs­ti­na­ción en creer que alma y cuer­po están divi­di­dos, por­que los ejer­ce­mos jun­tos al amanecer.

Resignación

resig­na­re: rom­per el sello que cie­rra algo”

Te per­ca­tas de que el espa­cio no te per­te­ne­ce. El lugar es un pro­duc­to de iner­cias. El cuer­po es tam­bién un lugar. Tam­bién lo son los esce­na­rios gra­tos: los que se cons­tru­yen con per­so­nas entra­ña­bles, bre­ba­jes y jar­di­nes. Podrías mirar a la pared en el café o sen­tar­te aden­tro. Pero bus­cas la luz y el aire, lejos del encie­rro. Los espa­cios lugar ori­gi­na­ria­men­te aje­nos te los apro­pias: los cons­tru­yes y apre­cias con otros cóm­pli­ces. Los luga­res bajo tu res­pon­sa­bi­li­dad son los más des­cui­da­dos: pul­mo­nes, casa y tiem­po. El tiem­po es el lugar que más te encie­rra; el que se res­pi­ra, el que se renuncia.

Ilu­sión de can­san­cio cró­ni­co. Can­sa vaciar de sen­ti­do al lugar tiem­po. Qui­zás por eso la músi­ca sue­le ser el antí­do­to per­fec­to a ese vacia­mien­to. Es tiem­po y secuen­cia, habi­ta­ción mul­ti­di­men­sio­nal. Torren­te inapla­za­ble que se pro­pa­ga por con­tac­to caló­ri­co: como el fue­go. Por eso con­tie­ne el milagro.

La res­pi­ra­ción res­pon­de al hallaz­go y a la músi­ca. Per­ci­bir lo inabar­ca­ble per­mi­te disol­ver la angus­tia, la no per­te­nen­cia. Uno se rebe­la y se reha­ce, se resig­na. Rom­per el sello es un acto de inau­gu­ra­ción: más ritual que inevi­ta­ble, pero nece­sa­rio y natu­ral como el siguien­te paso de una dan­za. Se fir­ma una nue­va ali­nea­ción con el lugar espa­cio, y al hacer­lo uno se inter­na en el lugar tiem­po con la músi­ca conciencia.