Muchos encuentros me provocan síndrome de abstinencia. No sólo son los temas, el tabaco o el café, aunque claro, contribuyen. Es el cambio súbito de una temperatura a otra, soltar la gente, la risa. Hace tiempo descubrí que no debía quitarme los audífonos hasta después de un buen rato de haber llegado a casa. Ayudaba a aterrizar, como frotarse los ojos después de salir del cine.