El twitter de antaño era conversacional. Ahí, la camaradería brotaba más por el medio que se compartía que por los intereses en común. Los viernes (follow friday: #FF) cada quien publicaba enumeraba cuáles eran los tuiteros que valía la pena seguir. Otro día se abría una cerveza al unísono. Recuerdo que se tuiteaba con particular entusiasmo antes de alguna cena decembrina o después de ella.
Más adelante descubrimos la utilidad de twitter para transmitir noticias urgentes, defenderse de abusos policíacos y gubernamentales, así como para alertar sobre amenazas inminentes. Esa utilidad político-propagandista fue tan grande que en muchas ocasiones quiso ser desviada, acaparada y forzada en direcciones particulares. Nacieron los troles y poco después, los bots y las cuentas pagadas. Estos generaron tanto ruido que los tuiteros tuvimos que escudarnos junto con los que parecían cercanos o por lo menos afines. Agrupados pudimos impulsar causas y proyectos pero al bardear la trinchera construida se dejaron de escuchar otras voces más allá de las que dejábamos entrar. Los discursos ecolálicos se fueron cerrando cada vez más y nos dejaron cansados de pelear y pontificar en cada tuit. A la par, el medio también cambió. Twitter ayudó a que los usuarios de la red se convirtieran en proveedores de contenido, hormigas sordas sin capacidad de modelar su hormiguero, sólo transitarlo. Hoy no podemos consignar que algo nos gusta o seguir a alguien sin que ello aparezca en ‘las noticias’ de conocidos y desconocidos según el antojo algorítmico de la plataforma. El medio cambió, cambiamos nosotros y seguramente es un proceso inacabado.
El que casi todos tengan una cuenta de twitter sigue siendo motivo suficiente para dejar un pie en esta casa sin paredes ni puertas. Lo conversacional, humano y de organización tendrá un pie en otro lado, por ejemplo en las redes sociales libres y federadas.