Decir migrante despoja a cualquiera de su condición de persona. Bajo ese mote, se desvanece el nombre, lugar de origen y razón de desarraigo. Sin sus atributos personales, el individuo deja de serlo y se convierte en una insinuación borrosa, tangible apenas como una sustancia estadística; un cuerpo capaz de ser señalado, estibado, canjeado y mutilado.
Choca un camión cargado de migrantes debajo de un puente en la autopista Isla-Tinajas en Veracruz contra un camión que transportaba ganado. Son animales que no precisan de nombre, pero requieren ser enunciados por su función obligatoria e irrenunciable: son producto, comida y propiedad, reses. Se les sacrifica en mataderos y en los camellones de la carretera. La turba hiena les persigue entre carriles y aullidos tumultuarios, frenesí que destaza el cuerpo y lo transmuta en carne mercancía.
Chocaron camiones y cuerpos en el entrecruce de caminos, debajo de un puente descendió un pequeño pueblo con sogas y puñales a servirse de carne.
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