música

Ochentas que se ensanchan

Supe que los ochen­tas no habían sido sola­men­te los ochen­tas casi cuan­do hubie­ron ter­mi­na­do. Un com­pa­ñe­ro en la pri­ma­ria me pres­tó un cas­set­te de The Cure. Fue una sacu­di­da (y tam­bién para mis padres por­que se tenían que rece­tar el cas­set­te en el coche y en la casa). Lue­go de la heca­tom­be hubo que vol­ver los pasos y des­cu­brir­se a la par de los nue­vos hallaz­gos. Los ochen­tas (aun­que toda­vía no los lla­ma­ba­mos así) se ensan­cha­ron hacia aba­jo, hacia adentro.

Fue has­ta des­pués del inter­net que supe de Romeo Void. Algún adep­to al saxo­fón o a Debo­ra com­par­tió un disco.

Total que sigue pasan­do el tiem­po y los ochen­tas no dejan de ensancharse.

Aguja que cae (tirando)

Me gus­ta el tér­mino need­le­drop. En la prác­ti­ca se emplea para desig­nar el pro­ce­so de gra­ba­ción de un dis­co LP y su tra­duc­ción digi­tal. Los entu­sias­tas com­par­ten sus tira­das y las publi­can en You­Tu­be o en foros espe­cia­li­za­dos. Todo por el gus­to de con­vi­dar un hallaz­go, una com­bi­na­ción de soni­dos o por el áni­mo de con­ta­giar la cos­tum­bre de la inmer­sión musi­cal pro­fun­da. La pala­bra need­le­drop me sugie­re una gui­llo­ti­na que cae len­to, que via­ja per­ma­nen­te­men­te, en espi­ral, por un sur­co que aca­ba por ahor­car y no deca­pi­tar. Pien­so tam­bién en el arpo­na­zo del adic­to: otro sur­co, otro via­je. Me sedu­ce tra­du­cir need­le­drop como tira­da, por­que es tam­bién una apues­ta Stephá­ni­ca, estra­fa­la­ria. El pro­ce­so nos impri­me sur­cos como agu­ja, nos escul­pe, mol­dea, defor­ma y tira, hacia el cen­tro, en espiral.

Jacqueline du Pré

Lle­gué al café inca­paz de reco­no­cer per­so­nas en una pri­me­ra ins­tan­cia. Espe­rar a que se des­ocu­pa­ra una mesa de afue­ra para poder fumar. Ya sen­ta­do y con ganas de hojear el perió­di­co sin­to­ni­cé mejor la radio. Dvo­rak. El pri­mer movi­mien­to del con­cier­to para cello y orques­ta, con dife­ren­tes intér­pre­tes. Obse­sión por la obs­ti­na­ción. Pri­me­ro Casals. Aho­ra du Pré. El mor­bo lle­va a pre­gun­tar­nos si en el momen­to de la gra­ba­ción ya se sabía la sen­ten­cia que flo­ta­ba sobre el cuer­po de Jacqueline.

Mucho más ínti­ma su interpretación.

Pero siem­pre es com­pli­ca­do escu­char músi­ca sólo por los oídos. El cere­bro tie­ne que emu­lar el estre­me­ci­mien­to visceral…

La res­pi­ra­ción del arco de Jaque­li­ne es más dra­má­ti­ca pero no atra­ban­ca­da. Las par­tes solem­nes y oscu­ras con sosie­go: com­pren­de y domi­na el dra­ma de Antonín.

Sólo por la músi­ca val­dría la pena no ser perro. Tene­mos la moda para inven­tar­nos un pela­je. Pero por la cos­tum­bre de dise­ñar en pie­zas no se alcan­za la uni­dad animal.

Jac­que­li­ne final­men­te recu­rre al arre­ba­to. Tan eco­nó­mi­ca en el recur­so que el efec­to es estre­me­ce­dor cuan­do aparece.

Cantor que canta es pájaro

La fra­se abrió algo, muy pro­fun­do y ocul­to. Todo se des­bor­dó. Era un llan­to puro, flui­do, de sollo­zos acom­pa­sa­dos. Mer­ce­des Sosa, la gui­ta­rra, la voz den­tro enme­dio de quién sabe dón­de pero jalan­do más llan­to mas nun­ca de rodi­llas. Incon­te­ni­ble e indes­ci­fra­ble, más gran­de que cual­quier heri­da o melan­co­lía recu­rren­te, dis­tin­ta, poé­ti­ca, de vida. Nun­ca antes, nun­ca así.