Pornografía verbal

Diti­ram­bos y que­jas de cua­derno. Regis­tro de llo­ri­queos y hallaz­gos personales.

Pornografía verbal

Pre­fie­ro hacer lite­ra­tu­ra a poner­le nom­bre y ape­lli­do a cada que­ja. Ahi el lími­te de la bitá­co­ra. Me ha pasa­do que releo lo que no que­dó con nom­bre y ape­nas si se recuer­da al des­ti­na­ta­rio. No hay cul­pa­bles. Nadie tie­ne peso y la musa es sólo su silueta.

Escri­be como se mas­tur­ba. Una mera libe­ra­ción caren­te de téc­ni­ca o jue­go. Un arre­ba­to nece­sa­rio y vul­gar en eje­cu­ción. Como un sollo­zo fur­ti­vo de una madre que nun­ca llora.

Ángeles o ausencias

Algu­na vez en el canal once entre­vis­ta­ban a un arte­sano espe­cia­lis­ta en hacer ánge­les. Dijo en aquél pro­gra­ma que los ánge­les esta­ban en todas par­tes, que uno podía sen­tir­los. En su bal­bu­ceo poco hil­va­na­do dió a enten­der que los ánge­les tenían que ver con la divi­sión que es uno mis­mo, como una esci­sión. Lue­go le pre­gun­tó a su entre­vis­ta­do­ra algo que me estre­me­ció: “¿Algu­na vez ha sen­ti­do nos­tal­gia?” Por un momen­to tem­blé, pen­sé que iba a rela­cio­nar ambas ideas, que iba a decir que cada vez que uno sen­tía nos­tal­gia era por haber­se aban­do­na­do a sí mis­mo, que el ángel era un doble de noso­tros, por aban­dono. En todo caso, el esca­lo­frío pro­pio de la nos­tal­gia ten­dría que ver con ese roce con eso que somos pero deja­mos de ser, insis­to, por aban­dono. Pero no, todo que­dó en el aire y el arte­sano siguió su verborrea. …

Recurro a la escritura…

Recu­rro a la escri­tu­ra cuan­do me es com­ple­ta­men­te inapla­za­ble. Pero sola­men­te escri­bo en peque­ñas dosis, cosas de cor­to alien­to que no hagan que esté pen­san­do en ello más tiem­po de aquél que esté fren­te al papel o el moni­tor. Es como estar cons­cien­te del peso que tie­ne una dro­ga o un vicio y recu­rrir a él sólo cuan­do la nece­si­dad doble­ga. Escri­bo ape­nas lo sufi­cien­te para tener la adre­na­li­na y ener­gía nece­sa­rias para con­ti­nuar, para estar en el momen­to. Lue­go, siem­pre, vie­ne el olvi­do, el tedium vitae, la abu­lia, el olvi­do. El gran pro­ble­ma de este mode­lo es que los pro­yec­tos de cier­ta esta­tu­ra requie­ren un alien­to o esfuer­zo mucho mayor, sos­te­ni­do. Requie­ren labrar­se o irse con­quis­tan­do por cen­tí­me­tros. Yo escri­bo siem­pre en reti­ra­da, incen­dian­do todo antes de que lle­gue el enemi­go ima­gi­na­rio. Lue­go como en un sue­ño regre­so a los terri­to­rios que hube des­trui­do. Hay nue­va­men­te vida, todo sigue cre­cien­do, pero siem­pre de for­ma sil­ves­tre, capri­cho­sa. Recu­rro a la escri­tu­ra cuan­do me es com­ple­ta­men­te inapla­za­ble. Pero solamente…

Barrel of a Gun

Dis­lo­qué mi aten­ción. Un estí­mu­lo no suce­de a otro en orden. Sin la ansie­dad de la suce­sión. El can­to es más soni­do que len­gua­je. Hay rit­mo pero es com­ple­ta­men­te dis­tin­to, sin anti­ci­pa­ción: cada gol­pe de tím­pano es una sor­pre­sa y un estre­me­ci­mien­to. Algo tin­ti­nea rever­be­ran­do y el estre­me­ci­mien­to con­mue­ve, es la emo­ción mis­ma, sin tiem­po, des­bor­dan­te pal­pi­ta oídos ore­jas como los gatos como la mari­gua­na los bajos la bar­bi­lla en la esca­le­ra de metal.