Crónicas de malviajes I
Algunos ciclistas parecen convertirse en apóstoles (castrosos o arenosos, según el ojo del juez) del convivir ciudadano y del respeto al reglamento de tránsito. Más allá de las razones psicológicas que tientan a cualquier ser humano de ver a los demás por encima del hombro (moral), hay una razón que puede dilucidar ese fenómeno: no querer morir atropellado. Andar en bicicleta puede hacerte sensible a la fragilidad de tu persona y a cómo cualquier mezquindad, error o distracción puede asesinarte.
Las mismas razones también sirven para explicar el por qué muchos ciclistas son tan quejumbrosos y exagerados (chillones, diría un amigo). No siempre relatamos nuestras andanzas en la calle porque más que intrascendentes son difíciles de transmitir: la sensación de frescura cuando el viento choca con tu cuerpo cansado; esa extraña comunión máquina-persona cuando alcanzas un ritmo que te lleva casi sin esfuerzo a buena velocidad; rebasar y rebasar autos sabiendo cuánto va a durar tu recorrido con o sin tráfico; detenerte a descubrir fondas, tiendas y lugares por colonias que jamás hubieras conocido de otra forma. El no contar siempre la delicia de un viaje ordinario y sin contratiempos nos aleja de la mejor publicidad hacia esta forma de transporte. …