Resueño

Uno de los tex­tos que te leí en el café habla­ba sobre esa zona que ya no es sue­ño pero tam­po­co es vigi­lia. Qui­zás por eso, muchos even­tos que suce­den en lo que sin­té­ti­ca­men­te lla­ma­mos duer­me­ve­la no lle­gan al tex­to. Que­ría com­par­tir­te que es por eso y no por par­que­dad que no te había dicho que muchas son­ri­sas y pen­sa­mien­tos al des­per­tar fue­ron moti­va­dos y pro­ta­go­ni­za­dos por ti. Ahí uno, toda­vía indis­pues­to para estar des­pier­to reme­mo­ra sue­ños reso­ñán­do­los, reson­rién­do­los y reto­cán­do­los. (Por­que vaya que uno se toca en la madru­ga­da per­so­nal). Es qui­zás la hora don­de uno más se con­den­sa y ejer­ce ‑con toda fluidez‑, cuan­do se es más sue­ño, más cuer­po, y ambos. Qui­zás de ese momen­to par­te nues­tra obs­ti­na­ción en creer que alma y cuer­po están divi­di­dos, por­que los ejer­ce­mos jun­tos al amanecer.

Resignación

resig­na­re: rom­per el sello que cie­rra algo”

Te per­ca­tas de que el espa­cio no te per­te­ne­ce. El lugar es un pro­duc­to de iner­cias. El cuer­po es tam­bién un lugar. Tam­bién lo son los esce­na­rios gra­tos: los que se cons­tru­yen con per­so­nas entra­ña­bles, bre­ba­jes y jar­di­nes. Podrías mirar a la pared en el café o sen­tar­te aden­tro. Pero bus­cas la luz y el aire, lejos del encie­rro. Los espa­cios lugar ori­gi­na­ria­men­te aje­nos te los apro­pias: los cons­tru­yes y apre­cias con otros cóm­pli­ces. Los luga­res bajo tu res­pon­sa­bi­li­dad son los más des­cui­da­dos: pul­mo­nes, casa y tiem­po. El tiem­po es el lugar que más te encie­rra; el que se res­pi­ra, el que se renuncia.

Ilu­sión de can­san­cio cró­ni­co. Can­sa vaciar de sen­ti­do al lugar tiem­po. Qui­zás por eso la músi­ca sue­le ser el antí­do­to per­fec­to a ese vacia­mien­to. Es tiem­po y secuen­cia, habi­ta­ción mul­ti­di­men­sio­nal. Torren­te inapla­za­ble que se pro­pa­ga por con­tac­to caló­ri­co: como el fue­go. Por eso con­tie­ne el milagro.

La res­pi­ra­ción res­pon­de al hallaz­go y a la músi­ca. Per­ci­bir lo inabar­ca­ble per­mi­te disol­ver la angus­tia, la no per­te­nen­cia. Uno se rebe­la y se reha­ce, se resig­na. Rom­per el sello es un acto de inau­gu­ra­ción: más ritual que inevi­ta­ble, pero nece­sa­rio y natu­ral como el siguien­te paso de una dan­za. Se fir­ma una nue­va ali­nea­ción con el lugar espa­cio, y al hacer­lo uno se inter­na en el lugar tiem­po con la músi­ca conciencia.

La estabilidad y la coherencia se conquistan y se pierden cotidianamente

Mi padre decía que la músi­ca cal­ma a las bes­tias. Y no sólo es una bur­la útil para cuan­do alguien se eno­ja. Hay soni­dos y tim­bres que apa­ci­guan a los demo­nios ima­gi­na­rios. Recu­pe­rar niti­dez sen­so­rial con una rever­be­ra­ción vocal o de piano en lugar de atra­ve­sar horas de abu­lia y pas­mo. El milagro.

Pro­cu­rar­se lo nece­sa­rio es un acto alquí­mi­co. Hacer­se de la cos­tum­bre de colec­cio­nar los hallaz­gos. Extraer de ellos can­ti­da­des, secuen­cias y pro­ce­di­mien­tos: sazo­na­mien­to con pól­vo­ra, café, notas, diá­lo­gos internos.

Lue­go crear el suce­so. Invo­car­lo. Rece­tar­se el ritual pre­ci­so para curar, con­cen­trar o san­grar. Todo para saber­se cuer­po, direc­tor y tiem­po. Cam­bia la res­pi­ra­ción. El direc­tor inva­de, es cada sen­ti­do, cada color que el ojo toca, el tran­ce omnipresente.

Jacqueline du Pré

Lle­gué al café inca­paz de reco­no­cer per­so­nas en una pri­me­ra ins­tan­cia. Espe­rar a que se des­ocu­pa­ra una mesa de afue­ra para poder fumar. Ya sen­ta­do y con ganas de hojear el perió­di­co sin­to­ni­cé mejor la radio. Dvo­rak. El pri­mer movi­mien­to del con­cier­to para cello y orques­ta, con dife­ren­tes intér­pre­tes. Obse­sión por la obs­ti­na­ción. Pri­me­ro Casals. Aho­ra du Pré. El mor­bo lle­va a pre­gun­tar­nos si en el momen­to de la gra­ba­ción ya se sabía la sen­ten­cia que flo­ta­ba sobre el cuer­po de Jacqueline.

Mucho más ínti­ma su interpretación.

Pero siem­pre es com­pli­ca­do escu­char músi­ca sólo por los oídos. El cere­bro tie­ne que emu­lar el estre­me­ci­mien­to visceral…

La res­pi­ra­ción del arco de Jaque­li­ne es más dra­má­ti­ca pero no atra­ban­ca­da. Las par­tes solem­nes y oscu­ras con sosie­go: com­pren­de y domi­na el dra­ma de Antonín.

Sólo por la músi­ca val­dría la pena no ser perro. Tene­mos la moda para inven­tar­nos un pela­je. Pero por la cos­tum­bre de dise­ñar en pie­zas no se alcan­za la uni­dad animal.

Jac­que­li­ne final­men­te recu­rre al arre­ba­to. Tan eco­nó­mi­ca en el recur­so que el efec­to es estre­me­ce­dor cuan­do aparece.