Therese Patricia Okoumou

Una mujer negra a los pies de la esta­tua de la liber­tad, lis­tón inau­gu­ral del sue­ño ame­ri­cano para incon­ta­bles gene­ra­cio­nes de migran­tes euro­peos. Faro del nor­te para los escla­vos afri­ca­nos que fue­ron tra­ta­dos como bes­tias. Una mujer afro­des­cen­dien­te es ase­dia­da a los pies por la poli­cía, a los pies de la liber­tad. Una Amé­ri­ca que mata a sus hijos negros, y arran­ca a los infan­tes more­nos del sur de los bra­zos de sus padres. ‘Una loca izquier­dis­ta echó a per­der la fies­ta’, dice un ques­que­dia­rio sen­sa­cio­na­lis­ta grin­go. ‘Perra-fea’, el nom­bre del archi­vo de la foto roba­da de un blog mexi­cano. The­re­se Patri­cia Okou­mou, mujer negra, migran­te con­go­le­ña, neo­yor­qui­na que lucha por abo­lir la bar­ba­rie nor­te­ame­ri­ca­na en turno, se pone de pie a los pies de un vacío monu­men­to azul, se levan­ta y resiste.

Sacrilegio cívico, autorretrato de Gabriel Quadri

Foto: Gabriel Quadri

Arri­ba del mar­co las letras dora­das dicen ‘Láza­ro Cár­de­nas’. Deba­jo se apre­cia una puer­ta con el escu­do nacio­nal des­por­ti­lla­do. La puer­ta está cerra­da. Al pie de ella, dos per­so­nas y sus per­te­nen­cias des­can­san sobre un car­tón. Una cobi­ja ver­de, una bol­sa azul de plás­ti­co y una bote­lla de refres­co. Sacri­le­gio cívi­co. Uno duer­me y el otro se abra­za las pier­nas. El altar de la Patria y espa­cio públi­co emble­má­ti­co res­guar­da con rejas las lám­pa­ras que lo ilu­mi­nan, y de paso calien­tan un poco a quie­nes tie­nen ape­nas lo que lle­van pues­to, un car­tón, una cobi­ja ver­de y una bol­sa azul de plás­ti­co. Altar de la Patria, Monu­men­to a la Revo­lu­ción y Pla­za de la Repú­bli­ca, apro­pia­da por indi­gen­tes y con­ver­ti­da en pocil­ga. A nadie le impor­ta, a nadie le importan.

Split es un delirio navegable

Split es un deli­rio nave­ga­ble. Para embar­car­se en él hay que sol­tar­se a sí mis­mo, aban­do­nar las expec­ta­ti­vas pre­vias, estar dis­pues­to a com­prar lo que la pelí­cu­la nos va pro­po­nien­do. La pri­me­ra guía para nave­gar­la es la mag­ní­fi­ca foto­gra­fía, que nos habrá de inter­nar y ence­rrar en los espa­cios físi­cos y psi­co­ló­gi­cos de los per­so­na­jes, lle­ván­do­nos pacien­te­men­te al gran acier­to de Split: sus deta­lles y suti­le­zas. Éstos son los gran­des tra­zos de la pelí­cu­la, su rit­mo y su genia­li­dad: un con­cier­to que nos obli­ga a des­cen­der con base en actua­cio­nes ges­tua­les en con­tra­pun­to; dic­ción mul­ti­co­lor y cui­da­da de cada persona(e); una pale­ta cro­má­ti­ca limi­ta­da, rígi­da y oscu­ra que nos cons­tri­ñe en un encie­rro pro­pio. Mul­ti­tud de gui­ños y mati­ces ser­pen­tean­do un nue­vo cuen­to de terror, que sólo será creí­ble en con­jun­ción con nues­tra capa­ci­dad de ima­gi­nar o con el cúmu­lo per­so­nal de desvaríos.

Triste domingo a los siete años

En la músi­ca está con­te­ni­do algo más oscu­ro y más pro­fun­do que aque­llo que se pue­de trans­mi­tir con pala­bras. Que alguien de 7 años de edad pue­da abre­var direc­ta­men­te de este torren­te sub­te­rrá­neo y dar­le cuer­po a algo tan impo­nen­te y demo­nia­co es un mila­gro que mere­ce com­par­tir­se. El juez al final le pre­gun­ta a Ange­li­na (insis­to, de 7 años) si sabe de qué tra­ta la can­ción. Ella dice que sí, que tra­ta de un domin­go tris­te. Lue­go de un momen­to de silen­cio el juez la absuel­ve: ‘sí, y pude sen­tir esa tris­te­za’. Los intér­pre­tes tie­nen esa suer­te de vibrar sin con­ten­ción. Bas­ta mirar el acom­pa­sa­mien­to con sus pies des­cal­zos. Los intér­pre­tes son la músi­ca cuan­do son habi­ta­dos por ella: un mila­gro que los aca­ba calcinando.