Y dale la burra al trigo

Las pala­bras iman­tan todas sus pro­pie­da­des cuan­do esta­mos dis­pues­tos emo­cio­nal­men­te: con­mo­vi­dos, indig­na­dos, con rabia o asco. Expo­ner­se a las retó­ri­cas ofi­cia­les (ver­da­des his­tó­ri­cas) nos ciñe al uni­ver­so cerra­do que han dise­ña­do los psi­có­pa­tas que nos gobier­nan: nos redu­ce a repe­tir el infun­dio inhu­mano en nega­ti­vo, en rever­sa, con el cora­zón atra­gan­ta­do. Fui recons­tru­yen­do el rego­deo sádi­co ofi­cial a par­tir de las reac­cio­nes de las per­so­nas en las que con­fío para infor­mar­me. La asfi­xia y la impo­ten­cia son algo meno­res al no expo­ner­se de fren­te a la toxi­ci­dad del necio profesional.

Y dale la burra al tri­go, diría mi abue­la. Dicen que se can­san pero no desis­ten. Insis­ten con poca gana y mucha vile­za. Quie­ren ter­mi­nar de can­sar a los har­tos, a los que no desisten.

burra al trigo

Crónicas de malviajes I

Foto: Tony Fischer

Algu­nos ciclis­tas pare­cen con­ver­tir­se en após­to­les (cas­tro­sos o are­no­sos, según el ojo del juez) del con­vi­vir ciu­da­dano y del res­pe­to al regla­men­to de trán­si­to. Más allá de las razo­nes psi­co­ló­gi­cas que tien­tan a cual­quier ser humano de ver a los demás por enci­ma del hom­bro (moral), hay una razón que pue­de dilu­ci­dar ese fenó­meno: no que­rer morir atro­pe­lla­do. Andar en bici­cle­ta pue­de hacer­te sen­si­ble a la fra­gi­li­dad de tu per­so­na y a cómo cual­quier mez­quin­dad, error o dis­trac­ción pue­de asesinarte.

Las mis­mas razo­nes tam­bién sir­ven para expli­car el por qué muchos ciclis­tas son tan que­jum­bro­sos y exa­ge­ra­dos (chi­llo­nes, diría un ami­go). No siem­pre rela­ta­mos nues­tras andan­zas en la calle por­que más que intras­cen­den­tes son difí­ci­les de trans­mi­tir: la sen­sa­ción de fres­cu­ra cuan­do el vien­to cho­ca con tu cuer­po can­sa­do; esa extra­ña comu­nión máqui­na-per­so­na cuan­do alcan­zas un rit­mo que te lle­va casi sin esfuer­zo a bue­na velo­ci­dad; reba­sar y reba­sar autos sabien­do cuán­to va a durar tu reco­rri­do con o sin trá­fi­co; dete­ner­te a des­cu­brir fon­das, tien­das y luga­res por colo­nias que jamás hubie­ras cono­ci­do de otra for­ma. El no con­tar siem­pre la deli­cia de un via­je ordi­na­rio y sin con­tra­tiem­pos nos ale­ja de la mejor publi­ci­dad hacia esta for­ma de transporte. …

Yo sí

toreros muertos yo no me llamo javier med

Fue­ron muchas veces las que me pre­gun­ta­ron ¿y eres de armas tomar? Tam­bién fue­ron muchas las veces que en algu­na fies­ta me hacían un gui­ño cuan­do ponían Yo no me lla­mo Javier. Esta can­ción habrá esta­do de moda cuan­do yo tenía unos ocho años. Cono­ces la can­ción, te gus­ta, la bai­las, sigues el jue­go de quie­nes te seña­lan al bai­lar­la. Tiem­po des­pués te vas ente­ran­do de qué tra­ta­ba y por qué la fija­ción de quien can­ta por des­mar­car­se del nom­bre y del niño tan boni­to. La can­ción se sigue tocan­do en el radio, en fies­tas y antros aún has­ta el día de hoy. A pesar de ello, creo que no había teni­do opor­tu­ni­dad de escu­char­la de ver­dad. En mi recuer­do no había per­cu­sio­nes bryan­ferryes­cas tan vivas ni dis­tri­bu­ción espa­cial del soni­do. Cuan­do hoy en día pre­sen­cio lo que escu­ché en los ochen­tas cai­go en cuen­ta de que tuve acce­so a una pro­yec­ción pla­na del fenó­meno musi­cal. Y aún así fue emo­cio­nan­te. Regre­so enton­ces a los recuer­dos e influen­cias para poder pal­par el ondu­lar de la músi­ca, su gol­pe­teo con­tra el cuer­po. Se hace bai­lar la curio­si­dad y la nos­tal­gia reve­lan­do la can­ción por pri­me­ra vez.

Nota: Originalmente este texto estaba acompañado por un video de una grabación de muy buena calidad de un disco de vinil de la canción. Youtube decidió que podía prescindir de él y dejar las innumerables copias de pésima calidad que hay aún en dicha plataforma.

Halo